Asuntos Sociales

Anselma empujaba con paso cansino la silla de ruedas en la que su marido, Braulio, aparentemente dormitaba envuelto en una manta de cuadros rojos y negros.

Atravesaron la plaza con parsimonia y entraron por las puertas giratorias del majestuoso edificio antes de plantarse delante de los dos guardias jurados, un hombre canoso y una mujer de edad indefinida que custodiaban el arco detector de metales. En ese momento Braulio abrió los ojos.

¡Hijos de puta! ¡Sois todos unos hijos de la gran puta!

Anselma se puso colorada. No se terminaba de acostumbrar a las palabras que el alzheimer ponía en boca de su marido, antaño una persona que destilaba paz y sosiego a cada paso que daba.

Lo, lo siento…

¡Hijos de perra! Y tú no te acerques, ma-rra-na, silabeó Braulio.

La guardia jurado le puso la mano en el hombro a Anselma y la sonrió de forma afectuosa.

No tiene usted nada que sentir, pueden pasar si quieren por esta otra puerta.

Y les franqueó la entrada por una pequeña puerta auxiliar. Seis minutos y treinta y siete segundos después el Ministerio de Asuntos Sociales estallaba por los aires.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *