He visto muchos, muchísimos payasos de sonrisa triste en mi vida, pero jamás había conocido a un clown que tuviera durante todo el espectáculo la cara de infinita amargura que lucía Pacholo.
A Pacholo los niños le arrojaban tartas, a Pacholo los no tan niños lo empapaban con pintura, a Pacholo otros payasos de voz engolada le ponían la zancadilla, a Pacholo después de la actuación le ordenaban limpiar los excrementos que dejaban los perros futbolistas; todo el mundo se reía de Pacholo hasta que un día saltó del escenario y cogió por el cuello a un crío que le iba a tirar una lata de Kas Naranja y el público dejó de reirse.
Ahora Pacholo sólo actúa para sus compañeros de la cárcel. Allí lo tratan con respeto.