La etiqueta

El empleado sacó de un tirón la camilla que escondía el compartimento 27 de la morgue, esa especie de archivadores macabros. Con un solo gesto, muy profesional, abrió la cremallera de la bolsa negra y dejó ante mí expuesto el cadáver de una mujer.
Tómese su tiempo, es importante que esté muy seguro antes de decirnos si es ella.
Yo no podía mirar a la muerta a la cara. Únicamente me concentré en la etiqueta que le colgaba del dedo gordo del pie, como si fuera una mercancía de saldo: 27-M-caucásica.
¿Y bien?
27-M-caucásica, 27-M-caucásica.
Errr…, esto, sí, es ella.
No pensaba pasar por ese trance de nuevo.

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