Generalmente resolvíamos a pedradas nuestras diferencias con los chicos del barrio de al lado. Cuando volvía a casa con las rodillas desolladas, sucio y cansado, me escabullía hasta el baño para evitar las broncas de mi madre. A mi abuela Maite, en cambio, parecían entusiasmarle nuestras fórmulas para limar asperezas.
Cuéntame más, hijito, ¡ay, se parece tanto a lo de Gües Saiz Estori!
Yo no sabía a qué se refería, y tampoco entendía tanto empeño en que me echara de novia a María, la novia de Méndez «el guarro», con la tirria que le tenía yo a ese tío.