Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Por culpa de aquel grandísimo hijo de la gran puta le dolía cada centímetro cuadrado de la piel, cada hueso, cada músculo. Patricio Monterroso, apodado «El dinosaurio» por apellidarse igual que el genial escritor guatemalteco y por ser una bestia parda alta y ancha como un armario ropero se acercó a él mostrando lo que pretendía ser una sonrisa desdentada.
¿Vas a hablar ahora?
Alexis rogó por desmayarse cuanto antes, porque la segunda sesión de tortura infligida por aquel animal fuera lo más corta posible.